4 may 2008




De un poeta a su musa

Había una vez un poeta y una musa que vivían encerrados en una selva de hormigón. En su amor calmaban sus penas, y se daban ánimos. Se aliviaban entre sí, se animaban entre sí, se querían como Abelardo y Eloísa.
Pero a la musa no sabía que era una musa, y que mejor no dedicarles versos, porque apenas se acercarían a ellas más que como una foto sin flash en la noche más cerrada. El poeta se angustiaba cada vez que recibía la petición de su musa, sólo le decía que ya lo haría cuando le viniera la inspiración.
Ella, por el contrario, parecía querer forzar a su amado a que le regalara unos versos de su propi arte; ¡Necia!, no sabía que el poeta le regalaba algo mucho más importante, su vida y su persona, que su arte era puro ornamento o deformación de una realidad a veces triste, a veces alegre.
Por más que el poeta se lo explicaba de mil maneras, ella no entendía. Así que cogió su electrónica pluma y, en su escritorio, intentó hacer unos versos. Sólo le salían versos musicales cual chillidos estridentes y tuvo que dejarlo, en medio de la desesperación, que aumentaba con los celos de su amada por cualquier otro poema de cualquier otro tema, tanto que hasta a veces el poeta tenía miedo de escribir, de expresarse.
¡Cómo hacer para quitarle a la musa el disgusto, si no lo podía entender! ¿Cómo? El poeta, al borde de la locura, no se dio por vencido: era su musa, le había dicho que no y ella no le había entendido: ¿moriría en el intento de hacer un digno poema?
Eso parecía. Pero entonces el poeta decidió regalarle un cuento, una prosa, unas palabras desordenadas pero verdaderas, una historia de amor en pocas líneas, sin grandes símiles, sólo con un mensaje: para ella había algo mucho mejor que un poema.

¿Lo entendería ella esta vez?
¿Dejaría él de volverse loco por un imposible?

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